Hoy escuche a una persona que decía algo así:
- “yo me levanto todas las mañanas y le pido a Dios (en mis oraciones) que me de el valor para cambiar bla, bla, bla”.
En esta actitud podemos ver claramente como el hombre (este tipo de hombre), que bien puede tener una creencia religiosa, cuando la usa mal o abusa de esas creencias, deja en manos de Dios – abstracto, infinito, lejano, allá en los confines del Universo – deja en esas manos, su voluntad de salir a buscar el cambio. De salir al mundo y ser protagonista y dejar de ser un mero espectador.
Su vida ya no le pertenece, y el razonamiento es bastante perverso e inconciente al mismo tiempo (y sin entrar en contradicciones). Ese fulano se da cuenta de que tiene una vida carente (más o menos como todos), una vida incompleta, insatisfecha; por eso: al darse cuenta le pide a Dios que le entregue “mágicamente” aquella plenitud deseada pasivamente.
Como eso no va a suceder porque Dios no es un delivery, o menos aún un cumplidor de sueños (a la manera de tinelli), se queda triste con su tristeza… pero eso si, exento de la responsabilidad por la propia inexistencia y pasividad.
Por eso culpa a Dios de su miseria, pero vuelve a depositar la esperanza (mal aprendida, mal interpretada) en un Dios a la manera de un Estado benefactor. Y al no llegar nunca esa felicidad – plenitud, bueno le llega el remordimiento porque Dios lo debe estar castigando por pecados cometidos.
En fin, junto al existencialismo, convivimos con la ciega confianza en que las soluciones vendrán mágicamente desde las alturas. No son antinomias, son las dos caras de la misma moneda, el adormecimiento social que impera.
26.1.10
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