Fue la contemplación del cielo y sus ciclos lo que llevó a los antiguos a buscar en lo alto las verdades últimas de la naturaleza y el universo.
Deberíamos apagar un poco las luces y volver a contemplar lo infinito de una noche constelada y el asombro que despierta.
Ese asombro hace replegarse al hombre ante la inmensidad, que perpetua se alza delante.
Y el universo se hace patente ante la pequeñez del hombre siendo éste, tan solo una fracción del todo cósmico.
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