Hace unos días
pensamos la dinámica que encontramos en la condición de inacabamiento del
hombre, esto es la inconclusión permanente que nos impulsa hacia un camino de
búsqueda no puntual de esto o aquello, sino de búsqueda en absoluto – de búsqueda
permanente; y por otro lado el sentimiento que produce lo escatológico, es
decir y según lo define la RAE (Real Academia Española):
1) lo
perteneciente o relativo a las postrimerías de la ultratumba y
2) lo
perteneciente o relativo a los excrementos y suciedades.
Claramente la
trama que se puede tejer entre estas dos definiciones y (mas) la condición de inconclusión
del hombre a que referimos, hace mella de modo indicativo e imperativo, podemos
aventurar: en la finitud. A la
pregunta existencial que nos enfrentamos cada hombre y mujer, todos arrojados a
la experiencia de ser-humanos es: ¿Qué hacer con la finitud?, ¿qué hacer con la
muerte? o en el mejor de los casos: ¿qué hacer con la vida?
Sin entrar en
fuertes discusiones ya de tinte teológico de las que no podremos dar cuenta,
podremos si preguntarnos y en aras de responder sobre cuál es la posición que voy asumir en el mundo (embellecerlo o
afearlo no solo estéticamente, sino éticamente) vamos a citar una muy antigua
discusión que se generó en los márgenes de la modernidad. Por un lado el Papa
Inocencio III (1161 – 1216) y por el otro Giannozzo Manetti (1396 – 1459). El primero sentenciaba a fin de menoscabar el
orgullo humano que: “… tú hombre, andas
investigando hierbas y árboles, pero éstos producen flores, hojas y frutos y tú
produces liendres, piojos y gusanos; de ellos brota aceite, vino y bálsamo, y
de tu cuerpo esputos, orina y excrementos” – así, tiempo después el humanista (Manetti) reaccionaba diciendo
que son del hombre la obra creadora, producto de la inteligencia y la razón, que
desarrolla inventos y artes. Escribía: “(son nuestros)… en su número casi infinito, todos los inventos, nuestros todos los
géneros de lenguas y literaturas…”.
Claro, pero
esta es una vieja discusión entre dos contendientes embarrados hasta la cintura
en tiempos de sombras, uno escolasta decididamente apegado a la tutela y el
otro un incipiente humanista, pero en nuestro quehacer cotidiano, en tiempos de
nuevo siglo ¿podemos pensar y aventurar nuestra existencia de un modo creativo?
o ¿desesperar y desaparecer en la amargura de ser-para-la-muerte? ¿Hay lugar
para las utopías en nuestras sociedades efímeras? – nuestra respuesta
esperanzada debe ser que si porque los hogares, las familias, las sociedades
tolerantes se construyen desde el reconocimiento del otro, ambos (tú y yo - todos)
en pleno hacer transformador y pensante. Porque podremos con estas armas poner distancia a la tiranía del
tiempo y el espacio a fin de crear críticamente, construyendo proyectos
personales y colectivos… pese a todo.
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