29.6.13

Hace unos días pensamos la dinámica que encontramos en la condición de inacabamiento del hombre, esto es la inconclusión permanente que nos impulsa hacia un camino de búsqueda no puntual de esto o aquello, sino de búsqueda en absoluto – de búsqueda permanente; y por otro lado el sentimiento que produce lo escatológico, es decir y según lo define la RAE (Real Academia Española):
1) lo perteneciente o relativo a las postrimerías de la ultratumba y
2) lo perteneciente o relativo a los excrementos y suciedades.
Claramente la trama que se puede tejer entre estas dos definiciones y (mas) la condición de inconclusión del hombre a que referimos, hace mella de modo indicativo e imperativo, podemos aventurar: en la finitud. A la pregunta existencial que nos enfrentamos cada hombre y mujer, todos arrojados a la experiencia de ser-humanos es: ¿Qué hacer con la finitud?, ¿qué hacer con la muerte? o en el mejor de los casos: ¿qué hacer con la vida?
Sin entrar en fuertes discusiones ya de tinte teológico de las que no podremos dar cuenta, podremos si preguntarnos y en aras de responder sobre cuál es la posición que voy asumir en el mundo (embellecerlo o afearlo no solo estéticamente, sino éticamente) vamos a citar una muy antigua discusión que se generó en los márgenes de la modernidad. Por un lado el Papa Inocencio III (1161 – 1216) y por el otro Giannozzo Manetti (1396 – 1459).  El primero sentenciaba a fin de menoscabar el orgullo humano que: “… tú hombre, andas investigando hierbas y árboles, pero éstos producen flores, hojas y frutos y tú produces liendres, piojos y gusanos; de ellos brota aceite, vino y bálsamo, y de tu cuerpo esputos, orina y excrementos” – así, tiempo después el humanista (Manetti) reaccionaba diciendo que son del hombre la obra creadora, producto de la inteligencia y la razón, que desarrolla inventos y artes. Escribía: “(son nuestros)… en su número casi infinito, todos los inventos, nuestros todos los géneros de lenguas y literaturas…”.

Claro, pero esta es una vieja discusión entre dos contendientes embarrados hasta la cintura en tiempos de sombras, uno escolasta decididamente apegado a la tutela y el otro un incipiente humanista, pero en nuestro quehacer cotidiano, en tiempos de nuevo siglo ¿podemos pensar y aventurar nuestra existencia de un modo creativo? o ¿desesperar y desaparecer en la amargura de ser-para-la-muerte? ¿Hay lugar para las utopías en nuestras sociedades efímeras? – nuestra respuesta esperanzada debe ser que si porque los hogares, las familias, las sociedades tolerantes se construyen desde el reconocimiento del otro, ambos (tú y yo - todos) en pleno hacer transformador y pensante. Porque podremos con estas armas poner distancia a la tiranía del tiempo y el espacio a fin de crear críticamente, construyendo proyectos personales y colectivos… pese a todo.

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