“Somos polvo y nada. Todo
cuanto hacemos no es más que viento”.
Dice una antiquísima tablilla de barro en el oriente próximo,
mientas tanto yo aquí, no pienso en el tono bíblico o profético de la
expresión, sino que detengo el segundo en que lo pienso para contemplar con la
imaginación: lo eterno del universo inconmensurable y la fracción infinitamente
pequeña (hasta el absurdo) de un solo segundo.
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