Libros.
Ninguno en la mesa de luz, dos en el baño, 20 o
mas en un escritorio que no uso para estudiar, algunos en una silla y uno o dos
en la mochila o morral de turno.
Marcadas las páginas con anotaciones al margen,
tickets de supermercados porque detesto los señaladores con arco iris y frases sacadas
de contexto y firmadas por “Sócrates” (quien
no dejó legado escrito a ver si se entiende), o mejor unos libros marcados
con otros: como encastrados.
Soy un lector desordenado, por suerte. Caótico,
ecléctico. El silencio sacrosanto de las bibliotecas me hace ruido, me rompe
las bolas para ser preciso. Leo al compás de imágenes, saltos, videos,
referencias.
Es mentira: al significado real de las palabras
no los conoce nadie, es un mytho
creer tremenda arrogancia y de un tiempo a esta parte, me puse quisquilloso y
regreso al diccionario más de la cuenta, me entusiasme con eso del trazo fino.
No se cuantos libros tengo, ¿300, 500? Alguna vez
quise contarlos y ordenarlos, lo mismo dije con la ropa de invierno y ya pasó
el verano. A los poquísimos que me regalaron los atesoro, todos los demás
vinieron con el viento y con un presupuestito mensual dedicado a tal fin,
durante años.
Volvió Riquelme,
perdió boquita, ¿de que se discute cuando se discute de política? – ¿quien leyó
la ley de medios? - ¿quién sabe de política internacional? – defina crecimiento
sostenido del PBI a un ritmo del 4 %.
Maradona y
la falopa. Me voy a la mierda.
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