Mientras
unos sostienen que el rol de los intelectuales es transmitir y por ende
conservar la cultura y la tradición, otros sostienen que su función se
fundamenta en el opuesto, es decir en transformar la cultura, enfrentarse al poder. Interpelar su tiempo, la noción de hombre y sociedad. Es en
este sentido que un intelectual se mete donde molesta y así se aleja
radicalmente del sabio.
Dice
Sartre en su conferencia primera de < Defensa de los intelectuales > (Pag.
267) que: “Y, si se quiere un ejemplo de
esta concepción común del intelectual, diré que no se llamará intelectuales a
los sabios que trabajan sobre la fisión del átomo para perfeccionar la
maquinaria de la guerra atómica: esos son sabios y nada más. Pero si esos mismos sabios, aterrados por el poder destructor de las maquinarias que ellos permiten
fabricar, se reúnen y firman un manifiesto para poner en guardia a la
opinión contra el uso de la bomba
atómica, se transforman en intelectuales”.
Entonces
podemos decir que el intelectual sale de su competencia disciplinar y violenta
la opinión pública, se involucra con las escalas de valores de su tiempo y denuncia.
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