De todas las frases que se me han ocurrido en el día, ninguna de ellas merece la pena ser escrita por ningún lado, no llegando a ser dignas del margen de un cuaderno viejo.
Nacer para no-ser.
Acerca de mi mismo pensado, se me ocurre que entonces no hay certezas, salvo el pensamiento que es espíritu. Y nacer es aventurarse.
Es aquello que el viejo Parmenides, ve en la revelación de la diosa, como la gran apertura de lo infinito, donde convergen y divergen al mismo tiempo los caminos del día y de la noche, el origen y el desenlace de todo, aún del todo que es (al menos en Parmenides) increado, imperecedero, completo, fijo.
Allí está todo, en un juego de verdades, apariencias, revelaciones y viajes místicos. Una unidad cargada de multiplicidades, sospechada de imposible y ese es su mejor truco, no-parecer posible.
Entonces la verdad, está por detrás de lo cognoscible, es fija e inmutable con apariencia de cambiante y hasta efímera.
Porque desde el caos originario se funda el orden y hacia el caos final todo se dirige nuevamente. En el camino, la aventura del camino.
Luces de viernes.
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