Como todas sus palabras circularon primero en el
interior y fueron refutadas largamente por su doliente e impetuosa precariedad.
Con el tiempo los debates fueron creciendo en
razón y pasión, así merecieron circular entre pocos y la palabra se hizo misión.
Asumió roles y personajes. Murió y naufragó: todo a flor de piel día tras día, corriendo
hacia el inevitable estruendo.
Una larga diáspora le sirvió de prisión y
aprendizaje, volverá ahora como un manuscrito en el que la figura del hereje se
repite como una pesadilla, como un sueño o mejor un recuerdo. No esta fechado
sería un arrebato, es una construcción permanente que se desgasta y a la vez se
vuelve implacable, como una daga.
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