El Día
internacional del Trabajo es una jornada de lucha de los derechos de los obreros.
La reivindicación no evoca un festejo sino una lucha de clases – una condición
que atraviesa toda la historia de las civilizaciones, es una herida siempre abierta
y la sospecha hacia una lógica de reproducción social violenta: física y
simbólica. Según la Real academia Española se define reivindicar como “argumentar a favor de algo o alguien” y
además como: “reclamar para sí la autoría
de una acción”. Contra esta condición de autoría y realización de la
actividad productiva, el capitalismo pos-revolución industrial enajenó al
hombre de esta condición y lo tornó más allá de la naturaleza, una mercancía,
apenas un recurso.
La primera
distorsión se establece cuando el trabajador ya no pone su fuerza física o
intelectual, para satisfacer sus
propias necesidades, sino al servicio de una planta productiva, que le
retribuye con una proporción medida en dinero (salario), aquí su trabajo ya no le pertenece, lo entrega a un
precio deliberadamente menor, a favor del fundamento lucrativo de la empresa. Es
así que no solo el producto, sino los medios de producción, pertenecen al
propietario de tales factores, es decir al capitalista. En este sentido y con
una monótona reproducción del ciclo (diariamente), el trabajador forja su
subjetividad en medio de un clima de soledad y aislamiento, de insatisfacción,
de expropiación y explotación. El hombre reducido a la condición de engranaje.
De lo
que se trata, es de cuestionar la tan mentada justicia distributiva y confrontarla con las siempre mencionadas necesidades básicas, a través de la política, que mediante los mecanismos
institucionales apropiados, deberá velar por pautas y principios de
distribución justas para su población: es decir ¿cómo se soluciona el problema de la pobreza?
No hay comentarios:
Publicar un comentario