Es curioso que cuando se habla de
principios morales o de legalidades propias de nuestro tiempo, de nuestra
cultura se tenga la extraña certeza de que ellos son absolutos, eternos,
innatos.
Así los hombres incautos marchan hasta
el final de sus días, crédulos de circunstancias que el propio devenir
inapelable tarde o temprano arrasará, como el huracán sobre los campos
sembrados, dejando el suelo dispuesto para nuevos futuros.
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