(Todo término es una construcción
cultural que responde a un tiempo y espacio, las palabras lejos de ser
inmóviles, marcan el destino de las culturas).
El vocablo se deriva del
sustantivo latino religio que
significa “reunir de nuevo”, “releer” o “lectura”. Remite a una repetición
venerable y paciente (sagrada) de un orden o acontecimiento originario por el
que actualizado, el hombre es capaz de descubrir lo verdaderamente valioso; lo
valioso en si que se oculta en el universo.
Entonces, en esta primera
acepción (por cierto muy primitiva) queda asociado el término a lo divino por
medio de un ritual, es decir: por medio
de gestos y utensilios a los que se les confiere poder, un poder convocante de
las fuerzas divinas, ya que conservando los rituales antiguos se mantiene un
orden armónico, con el plano de lo sagrado, integrando nuestro plano siempre (y
en toda cultura: profano, carente) con aquel que es perfectísimo y abundante.
Desde la perspectiva romana,
religión referencia a nudos de paja, nudos
que un miembro de la comunidad ataba entre las vigas de los puentes, para
fortificarlo – hace referencia a un oficio dentro de la ingeniería romana: es
de ahí que el hacedor de puentes de máxima jerarquía, es llamado pontífice. Expresión que llega hasta
nuestros días, siendo el Obispo de Roma, justamente el Sumo Pontífice.
La asociación del término (por
medio de un sincretismo) entre las dos acepciones presentadas tienen su
fundamento en la sencilla explicación de que: los puentes están transgrediendo
un salto natural en el terreno, pero con la debida pericia o con los rituales
necesarios se convoca a las divinidades, a que protejan el camino de aquellos
que se abren paso, aún a través de la ruptura natural (por ejemplo el curso de
un río). La intención de los hacedores de puentes, no es la del sacrilegio o la
de transgredir ese orden natural establecido, sino la de la preservación de
aquello que es valioso en el cosmos (decíamos al principio) y por eso, estos
miembros de la comunidad estaban integrados al todo de la vida cotidiana, ya
sea en lo social (individual o colectivo) tanto como en las fiestas de las cosechas
y lunares, etc.
Tras el ingreso del cristianismo
en la cultura romana (occidental), se da un nuevo giro en la significación del
término, el que ahora y producto de la Alianza que Israel trae ligada a Yahvé,
pasará a designar la experiencia individual del hombre con Dios y su conjunto
de rituales, enseñanzas y normas, como medio, camino (puente) para no solo
mantener la Alianza sino preservarla.
Ya en el siglo II de nuestra Era
los llamados Padres de la Iglesia, comienzan a darle un sentido aún más cerrado
al término y es el de escuela o secta, término
que con Justino Martir alcanza su rostro peyorativo en su lucha contra las
comunidades cristianas gnósticas. U otros casos en que en las cartas entre
Obispos se menciona a “la religión de los cristianos” y “la superstición de los
judíos”, siendo que entonces, solo la religión verdadera ata al hombre a lo
sagrado y no la falsa (claro está entendida como revelada o universal: una
verdadera y otras falsas).
En este tiempo (siglos II y III
d.C.) ya estaba absolutamente desaparecido el término originario y es la matriz
judía con desarrollo cristiano la que impregna el decir, el hacer y el obrar de
los hacedores de puentes, tornando cerrada y hasta mezquina aquella vieja
expresión de armonía, por una construcción excluyente de la alteridad, vaciándose
de sentido el núcleo originario de la percepción de lo sagrado por parte del
hombre, es decir que en el adelante (y punta de lanza del occidente-universal)
ya no tendrá sentido el cómo de la relación con lo sagrado, sino mas bien el
que, de su objeto de veneración.
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