21.11.12


En pleno auge de la modernidad, allá por el siglo XVIII, los hombres destinados a ser grandes no respetaban las reglas sino que las hacían, cambiaban el orden establecido en un permanente optimismo idealizado.

Mediados por el innegable < retroceso del progreso >, nuestro tiempo de apatía y arrojo, con escasas luces de ideales y esperanza, también supone la construcción de reglas que le otorgarían al hombre, mayor libertad de pensamiento y de acción. Todos levantamos la bandera de la libertad irrestricta.
Recuerdo un texto básico que compara las aulas de hoy con galpones, es decir reductos con un precario orden normativo, siempre a punto de fracturarse.

¿Acaso no es el síntoma de la institucionalidad imperante?

(La capacidad de ver este corte profundo en la red de relaciones sociales, debe superar los auspiciosos embates y optimismos coyunturales, es decir pensar el mundo nos obliga a superar la inmediatez).

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