Ella (mi compañera) trabaja diariamente con
aquello que yo llamo (de entre casa) “la decadencia del hombre”, un punto tal
de vulnerabilidad que hace patente de manera irreverente la finitud.
La cercanía más contundente con la muerte – con
la nada, con el rostro del abandono y del olvido. Pensaba que ahí, tal patencia
hace sonar inútiles las más radicales preguntas y especulaciones acerca del
sentido de la existencia, arroja por la borda todo intento de construcción
racional.
(¿Dónde va la gente cuando llueve?)
Este comentario es un elogio y un asombro, es asumir mi incapacidad meridiana para vérmelas con la decadencia y olvido. Una profesión la suya que necesita de vocación incondicional, mas que de trayecto curricular.
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