La cuestión social, que no es
otra cosa que el nudo que tensiona las relaciones entre las clases sociales,
puede ser entendida y atendida desde diversas perspectivas. Al menos dos de
ellas, son las que habitualmente encuadran a la educación, una perspectiva es emancipadora,
la otra fatalista (o domesticadora).
Ésta (cuestión social) va mas
allá de lo estrictamente económico y de la sensibilidad con que percibimos los
precios, lo que según parece ser el foco del debate. De lo que se habla, es del
impacto que tiene en los sujetos la trama compleja que anuda lo moral, lo laboral,
lo ideológico. Lo referido a la creciente urbanización, el sistema de salud, el
desamparo de cierta clase media que no parece ser, ni de aquí-ni de allá; el silencio de los desposeídos y la
intolerancia de los poderosos, el cambio de roles cuando cambia el viento
electoral: de desposeídos a poderosos y verdugos.
Correr el centro desde el mercado,
hacia lo social en sentido amplio (o político) es una alternativa necesaria,
volver a los orígenes de la teoría del capital y poner en el vértice superior (como
condición de existencia), al trabajo del hombre por encima de los recursos
financieros y la tecnología y a partir de allí crear un justo medio que permita
a los sujetos asumirse críticamente como hacedores de su propia historia, sin
tutelas; es la función de una educación integral que ayude a desnudar las
conciencias sin obscenas líneas directrices, no negamos el sentido político de
la educación, por el contrario porque la entendemos de manera crítica,
defendemos la libertad de conciencia y de cátedra.
En el tiempo histórico que
vivimos, el lenguaje es la principal herramienta de ajuste, quien monopolice la
comunicación narrará el estado de cosas; no es el mero decir, no es solo una
forma de expresión, el lenguaje es por el contrario, la más importante de las
instituciones. La que permite todo lo demás.
Se dice que un lenguaje fatalista
es uno incapaz de construir consenso ni futuro, aún cuando el ropaje de tal lenguaje sea esperanzador y optimista… la clave
del fatalismo está en la búsqueda de demonios, en la incapacidad de sumar
voluntades porque va por la vía del desprecio por la razón, de quienes piensan
diferente… “no hay otro camino” (se dice) “nosotros somos” (cada facción se
atribuye el sentido veraz de tales expresiones). Las narraciones pujan por el
poder y lo que buscan es someter la voluntad de los interlocutores, entonces la
puja se resuelve y se obtiene por un lado: dominadores y por el otro
dependientes. Sujetos sujetados a un modo de ver el mundo, un modo… como si la verdad fuera única y no plural.
Así la narración queda sofocada,
entonces las relaciones son de control (que limitan las capacidades
individuales) y no son análogas (tales relaciones sociales), como acabamos de
mencionar hay una dependencia rotunda entre narración y cosmovisión, a lo que
se arriba es a una sola lógica de razonamiento e interpretación de lo que
sucede, del devenir, ¿es acaso la medida del verdadero subdesarrollo social? –
el fin de las distinciones, el afán de la unidad como eufemismo del control
extremo.
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