Me preguntaba acerca de todas aquellas personas (legiones de hombres y mujeres) que viven sin preguntarse demasiado por lo fundamental de la experiencia de ser humano, es decir las preguntas que fundan la subjetividad. Aquellas que despiertan lo mas propio del yo.
Claro que es una (pseudo) reflexión re-hecha, hasta el hartazgo por desocupados, ebrios, académicos, religiosos, comentaristas de blog y similares. Me refiero a esto de preguntarse por aquellos que no se preguntan, es una cuestión que no reconoce niveles académicos, culturales o económicos.
Lo que pasa es que (en cierto modo) todavía me conmueve la inocencia de todos ellos, que creen en la existencia (sin filtros) del bien y del mal como valores absolutos, puros, nítidos. Como si fueran estrellas lejanas a las que tender (o evitar) y no una experiencia cotidiana, postura o hábito (en término Aristotélicos), algo que se construye… y en el porcentaje que me conmueve esa estereotipación de los anhelos es porque todos somos parte de una matriz de pensamiento heredada.
Somos producto y la emancipación de nuestras ideas es una actividad compleja, articulada en medio de una sociedad que habilita determinadas posibilidades. Y en el espacio casero (categorías básicas de la clase media) se denomina “deber ser”.
Por otro lado, de manera menos inocente (y más contestataria) detesto esos pensamientos vilmente nobles, nauseabundos por empalagosos, porque alejan al hombre de la duda, de la pregunta, de la búsqueda que libera y es incapaz de reaccionar, despertar y hacer (por fin). Haciéndolo un errante que va entre lo que le dijeron y sus sueños y esperanzas de tipo común.
Existen los puntos medios.
¿Existen los puntos medios? – digo, es como quienes se dicen socialistas en una economía financiera de servicios (con yuyos cualquiera es mago):
Son reflexiones afiebradas de una tarde burguesa entre la Biblia y el calefón.
Por otro lado. Las tradiciones populares: fiestas de santoral, carnavales, peñas folklóricas, leyendas urbanas y rurales, mas un sin número de etcéteras que se viven y se leen en un registro (tono, categoría) muy diferente a la cotidiana experiencia urbana.
Son olores, ritos y una fisonomía general que nada tiene que ver con lo típico, con lo obvio (muchas veces estos niveles de realidad conviven y se desconocen dentro de una misma ciudad, entre los del centro y la periferia).
Es un comentario de seguro intrascendente, pero que irrumpe en la hoja por el recurrente pasatiempo de mirar fotos (en las que detrás, se cuentan aventuras)
La hospitalidad o sabor a encuentro con la gente. Los sonidos de las voces, las fogatas de tradiciones siempre vigentes,, cuentos y saberes empíricos (recetas y remedios caseros).
Así andando caminos lejanos, se encuentra una sabiduría distinta, cargada de magia color, donde volvemos a sentir sin censuras ni prejuicios.
Regresando a la cotidiana experiencia desde donde emergen nuestros precarios confortables espacios.
Son simples anotaciones de un caminantes posmoderno. Como un Indiana Jones dentro de la academia.
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