Una mañana cualquiera al regreso de las compras
diarias, ella leyó un graffiti que con ímpetu decía: “si no hay amor, que no
haya nada”. Se sentó y esperó con paciencia, luego mató a su esposo, al perro y
al canario. Repitió en voz baja una y otra vez la inscripción mientras pelaba
unos membrillos, de fondo un bolero meloso ilustraba la
tragedia.
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