7.10.14

Una vez mas y a instancias de las “I Jornadas de pensamiento latinoamericano”, que van a desarrollarse en nuestra Universidad en unos días, digo: me propuse a escribir un texto (otro mas y ya van varios curiosamente) sobre la fuerza que irradia el pensamiento del profesor Paulo Freire, uno de los pensadores que ha guiado todo mi (aún escasísimo) recorrido por la filosofía (quizá no la recorramos, quizá ella nos atraviesa).
Freire, un hombre prolífero en palabras y acciones, quien desde un lánguido exilio de más de quince años, jamás perdió el optimismo necesario para devolverle la voz a masas de excluidos, tan excluidos que por el analfabetismo estaban privados de decir el mundo, de aprehenderlo. Su legado imperecedero no es como teórico sino como alfabetizador, un paso más allá hacia la subversión de valores, prácticas y discursos que invisibilizan a millares. Un legado que siembra la justa rabia contra lo peor de la especulación financiera, la corrupción política y la devastación de espacios naturales.

¿Qué me lleva a leer a un hombre sencillo que usa el lenguaje coloquialmente en medio de una academia cada mas enredada por tecnicismos y por la meritocracia? Lo leo con vehemencia porque nos recuerda imperativos impostergables, deja trazadas las líneas por las que se pueden construir caminos fecundos que descubran al otro, ese que siendo diverso me constituye.  

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