4.10.14

En cierta ocasión Prometeo, Zeus y los hombres jugaban una especie de ajedrez.
Prometeo que siempre abogó por los humanos “ofreció” un animal a Zeus -un toro soberbio en su honor-. Luego de matarlo y despellejarlo, envolvió hábilmente por un lado solo los huesos con la piel reluciente del toro y por otro, entre vísceras, camufló todas las carnes comestibles.
El astuto protector de los hombres engañó a Zeus quien eligió el envoltorio más apetecible a la vista (que no eran más que huesos pelados, blancos y ya limpios de toda carroña). A los otros, los humanos, les quedará una bolsa que cubre todas las carnes del animal, que consumirán asadas.
Pero como todo relato místico tiene su ambigüedad y, gracias a tal distribución de alimentos y dones, los humanos quedaron marcados con el sello de la mortalidad.


Bueno, considerando que es sábado y que se me despertó un apetito olímpico al releer parte de los mitos que dieron forma a la cultura griega voy a prender un fuego, a destapar un aperitivo y asar algunas carnes, en honor a la inmortalidad perdida en todos las alegorías fundacionales.

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