En
cierta ocasión Prometeo, Zeus y los hombres jugaban una especie de ajedrez.
Prometeo
que siempre abogó por los humanos “ofreció” un animal a Zeus -un toro soberbio
en su honor-. Luego de matarlo y despellejarlo, envolvió hábilmente por un lado
solo los huesos con la piel reluciente del toro y por otro, entre vísceras,
camufló todas las carnes comestibles.
El
astuto protector de los hombres engañó a Zeus quien eligió el envoltorio más
apetecible a la vista (que no eran más que huesos pelados, blancos y ya limpios de
toda carroña). A los otros, los humanos, les quedará una bolsa que cubre todas
las carnes del animal, que consumirán asadas.
Pero
como todo relato místico tiene su ambigüedad y, gracias a tal distribución de
alimentos y dones, los humanos quedaron marcados con el sello de la mortalidad.
Bueno,
considerando que es sábado y que se me despertó un apetito olímpico al releer
parte de los mitos que dieron forma a la cultura griega voy a prender un fuego,
a destapar un aperitivo y asar algunas carnes, en honor a la inmortalidad
perdida en todos las alegorías fundacionales.
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