Paraná es una ciudad ensombrecida
que camina por detrás de las vanguardias, pidiendo disculpas y permiso. Desde
hace unos días somos protagonistas pasivos de una de esas noticias macabras que
solo se ven en canales de Buenos Aires y aún así, no somos protagonistas de
nada, porque la sociedad a la que pertenezco es pacata y viste de gris aún en
primavera. Cultiva la ciencia y las artes, pero las encomienda a potestades mágicas,
anhela la democracia pero la deposita en manos de caudillos.
Paraná, queda lejos de la
modernidad y sobre las ruinas de lo que no se denuncia tiende a diluirse
cualquier posibilidad de anuncio.
Priscila es además victima de los prejuicios que
circulan en estas calles de empedrado. ¿Será ella una mártir que nos obligue a
dar un salto? ¿Hasta cuando no hablaremos de ciertas cosas? Y ¿cuándo
comenzaremos a promover activamente noviazgos adolescentes libres de violencia?,
para eso es necesario romper con añejas tradiciones que no alumbran nada y que
con miradas severas ensombrecen todo. Porque nuestros cuerpos han nacido y
crecido en un conflicto social entorno a ellos, son cuerpos viciados de censura
y pixelados – son cuerpos domesticados -, pero no se trata de esquivar el
conflicto o suponer que lo que les sucede
es “cosa de otros”, de lo que se trata es de atravesar el conflicto. Algunos me
preguntan por que busco defender nuevas masculinidades, es que debemos forjar
nuevos roles tramando nuevas prácticas y ejercitando nuevos discursos.
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