Habían pasado ya varios días desde que zarparon
a nuevas profundidades, el capitán se sentía satisfecho porque en el puerto
anterior pudieron beber sin moderación, encontraron putas y comidas exóticas,
todo lo que un marino de ley necesita.
Sin embargo había algo sin resolver, un destino
que se acercaba a la concreción y olía a muerte. El capitán no era un tipo
creyente pero como todo aventurero sabía (en el fondo) que el devenir le tendería
trampas, ciertas coincidencias que lo hacían dudar sobre el azar infinito… y
mientras masticaba esas palabras entre sueños y remordimientos, tarareo una
canción e imitó sobre su pecho el taconeo de las bailarinas.
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