5.11.13

Declaración de principios.

Es cierto que tuve una infancia y una adolescencia feliz, crecí en un íntimo contacto con la naturaleza.
No soy un cazador, que sea el propio universo quien me lo demande o me libre de serlo. Apenas si pesco… soy sencillamente un trotamundos, un acampante.
Y un lector también.
Esto es un verdadero privilegio para haber crecido sobre finales del siglo XX – centuria signada por la barbarie mecanizada y el #estar en ningún lado”.  
Corría 1992 – yo con apenas 10 u 11 años y días antes de mis primeras dos noches en carpa o incluso las que vendrían a la intemperie, compré un libro titulado “Manual del aventurero” de un alemán un poco desquiciado, un tal Rüdiger Nehberg. Hoy lo ví todo ajado en la biblioteca de mi casa. Cuantos kilómetros.
Claro, la naturaleza es una experiecnia vital, un abanico de corrientes y fuerzas, una constelacion de sonidos y colores. Profundidad y simpleza.
Mientras uno la encarna se aleja de lo urbano, luego regresa para desafiarlo y pornerlo de sobreaviso, de que allá afuera todavía la luna clama por cantares.
Finalmente las travesias y los libros tienen demasiado que ver. Este pequeño párrafo podría haberse llamado también “textos de una mochila”.
Así fuimos creciendo y hoy aún me interpreto en medio de aquella naturaleza cada vez mas lejana del asfalto, un camino equivocado y un hallazgo: el de uno mismo.
Allí me comprendo mejor que en cualquier otro lugar, lo que al principio fue una curiosidad, luego un estilo de vida y un modo de ser – quiero decir: un modo de estar presente en el mundo, hoy es por fin: una delcaración de principios impostergables.

Libre de dogmas y doctrinas, solo hay caminos. 

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