Al parecer (y por su carácter cíclico) el sistema económico pone otra vez
en ridículo y en zona de riesgo el accionar de los llamados gurúes, los que no
son más que pretendidos formadores de opinión que como en un juego de máscaras
discursivas, se revisten de la preciada impunidad que ofrece la Academia – acumulación de
honores y admiración por su refinado hablar concluyente.
¿Son nuestras creencias todas, meras convenciones – es decir, si entonces
podría haber otras – y cuál es el estatuto de la verdad, en medio de la
fragmentación?
En la antigua Grecia, los Sofistas – quien desarrollaban un método (la
sofistica) el que no era más, que un varietés de sofisticados artilugios expresivos;
carentes de reflexión, gozaron de mala estima, entre quienes buscaban
interpretar la realidad del hombre y su quehacer político, es decir el hombre
en su hábitat natural: la polis.
Ambas actitudes, difieren en la esencia como es fácil deducir.